formas

En tiempos lejanos al inicio, mientras la calma parecía abarcar las tierras, Boris lloró. Ni siquiera él entendía por qué lo hacía: si las formas del mundo eran todo y estaban todas.
Sin saber tampoco la causa se sumergió en las aguas, y en ellas durmió noches enteras.
De tanto en tanto despertaba y amaba a los peces, amaba las algas, las olas, las estrellas. Ellos no hablaban su lengua, él no hablaba las suyas. Igual los amaba, y volvía a dormir.
- Ya dormiste suficiente- le dijo una voz.
- Un poco más - contestó.
Solo cuando tocó fondo dieron le ganas de emerger. No sin antes haber permanecido allí largo.
Emergió un día de sol hermoso. Con aire apenas fresco, con aromas de vida. Con un cielo azul en el que flotaba la esperanza. Con mil colores esperando ser vistos.
Creyó estar listo y miró. Se detuvo en una figura, maravillado. Con sus ojos rebosantes pidió a los dioses conservar ese ente voluptuoso, etéreo, puro. Fue complacido.
Su complemento lo llenaba de alegría: había días que se levantaba con sed y ella era un vaso de agua, una fuente; días en los que sentía sus pies pesados, y ella era un par de alas; vez de gran calor, ella era lo suficientemente grande para tapar el sol. Casi perfecta, excepto que a veces lloraba o tomaba formas difusas. A pesar de eso, cada vez la quería más.
Sintiendo que aun le faltaba algo, que para estar satisfecho debía estar más cerca, rogó a los dioses volar. Fue complacido.
Y volando, cada vez más cerca, cada vez más adentrado en los cielos, la imagen de ella se iba haciendo más difusa, más difusa… hasta que Boris se vió rodeado por una inmensa masa de vapor.